Todo dictador esconde un padre que se realiza conservando eternamente la minoría de edad de los suyos. Por el contrario, un demócrata es aquel gobernante orgulloso del uso de la libertad que hacen sus ciudadanos. Ahora, que en Españistán nos podrá pedir la identificación el portero de la discoteca o el vigilante de Mercadona, es bueno recordar que en las democracias no es ni obligatorio pasear documentado. Ésta es la diferencia que enraíza en historias diferentes.
Erigirse en guardián de la libertad ajena, prejuzgar como incapaces a los funcionarios y otorgarse la capacidad de discernir qué símbolo es o no correcto describe un cuadro patético de gobernante acomplejado, temeroso de que la libertad ciudadana desvele la mediocridad intrínseca que sólo se disimula, y mal, desde la altanería y el autoritarismo.
La ley de símbolos describe, mejor que cualquier otra acción, los complejos de este Govern de mediocres, sus miedos y temores. En la calle hemos demostrado que no somos menores de edad y les ha entrado el pánico por si nuestra emancipación se demuestra también en las urnas.