Debe ser la iniciativa privada que tanto nos pregonan desde altas tribunas; la emprendeduría como ahora la llaman. Sin la aportación de entes privados, desde ONG clásicas hasta los grupos de apoyo de barrios pasando por las organizaciones religiosas, la pobreza nos mostraría su cara de miseria.
Cuando tener trabajo ya no significa abandonar la pobreza y conseguirlo dejó de ser un derecho, organizaciones como Cáritas consiguen mantener la paz social resolviendo los dramas personales con recursos limitados y eficiencia demostrada. Que ahora, en plena efervescencia de la economía turística, abran otro centro de distribución de alimentos debería rebajar la autocomplacencia de quienes nos gobiernan y avergonzarlos de su discurso triunfalista.
Desgraciadamente, la emprendeduría de Cáritas tiene el éxito asegurado, que es nuestro fracaso colectivo, aunque no es de esperar que inviten a estos emprendedores a las veraniegas fiestas en blanco que tanto atraen a nuestros gobernantes.