Después de observar como Bauzá actúa sin demostrar la mínima empatía hacía quienes sufren sus decisiones _sean compañeros molestos, sean ciudadanos en crisis_, pensaba que se movía en el convencimiento de tener razón, sin importarle las consecuencias.
Simulaba ser un Quijote, consecuentemente despreocupado, incluso por el propio fracaso. Nada decía temer y parecía obrar imbuido por una razón tan superior que solo los tocados por los dioses, como él, podían conocer.
Ha bastado la demoscópica posibilidad de padecer un revés, para correr temeroso a los brazos del padre (freudianamente asesinado para sentirse mayor), pedir auxilio, mostrar constricción y demandar perdón. Hasta su suficiencia ha resultado ser un fraude.