La capacidad de movilización de las nuevas formaciones no ha sido la que a priori se esperaba, resultando insuficiente para apreciar un cambio en la cansina dinámica de las campañas electorales. El runrún del 15-M, que se ha interiorizado como demanda global de una nueva manera de hacer política, y el conocimiento de los históricos pagos ‘en negro’ de gastos de campaña del PP han servido para convencer a los jefes de campaña de que no podían exteriorizar derroche, so pena de despertar más sospechas. Salvo por las caciquiles comilonas de los populares con la tercera edad y los cazadores (dos colectivos a los que se trata como si su fidelidad dependiera de la cantidad de calorías gratuitas que se les ofrezca), no se ha visto aquella alegría derrochadora de otros tiempos. Algo hemos avanzado.
Somos muchos los que creemos que ni aquel derroche ni la calculada contención actual decantan excesivos votos de indecisos (tampoco la manipulación manifiesta de los medios de comunicación públicos).